
Comenzó a doler cuando la guerra pasó a las sábanas,
cuando jugamos a darnos la espalda y a convertir en dardos las palabras.
Cuando de tanto tirar y aflojar, en vez de deshacerse los nudos del estómago,
se nos fueron a la garganta y de ahí siempre ese maldito silencio tuyo.
Comenzaron a doler cuando dejó de existir un mañana, un nuestro,
y se acabaron los helados en la cama.